El pan de masa madre: símbolo de resistencia y conexión con lo esencial

“Si yo nomás iba pasando por ahí…”

Hola, soy Jorge Jaime Martínez, y desde hace varios años he dedicado gran parte de mi vida a explorar la interrelación entre la tradición, la sostenibilidad y la alimentación consciente. Con una formación inicial en Estudios Latinoamericanos, desarrollo web y el mundo de las bibliotecas académicas, mi camino profesional siempre ha estado ligado a la innovación y la conexión con las necesidades de las personas. Sin embargo, fue en 2018 cuando mi vida dio un giro hacia la agroecología, y posteriormente, en 2021, hacia la agroforestería y la agroecología, prácticas que han transformado mi visión sobre la relación entre el ser humano y la tierra.

Formo parte de la red de fermentistas en Yucatán desde hace tres años, y mi marca es “A Toda Masa”. Pan de masa madre. A través de ella, busco promover una alimentación más consciente y sostenible, recuperando prácticas ancestrales que nos conectan con nuestras raíces y con la tierra.

Actualmente, resido en Sotuta, Yucatán, un pueblo maya donde el maíz de milpa y los traspatios son los ejes centrales de la vida cotidiana. Este lugar me ha enseñado el valor de los procesos naturales y la paciencia necesaria para trabajar en armonía con los ciclos de la naturaleza. Esta experiencia ha influido profundamente en mi acercamiento a la cocina yucateca no convencional, sin glamour alguno pero con mucho arraigo y sabores que no se encuentran ni por asomo en los lugares destinados al turismo regular.

Sin embargo, pronto me di cuenta de que, junto a la riqueza gastronómica, existían carencias alimentarias y prácticas nocivas impulsadas por una industria que desprecia las tradiciones locales. Esta industria, en su afán de producir a gran escala y bajo costo, promueve el consumo de alimentos ultraprocesados, alejándose cada vez más de los principios de una alimentación sana y sostenible.

Un día, mientras pasaba por el local de un colectivo al que pertenecí – espacio del que hablaré en otro momento, porque merece un capítulo aparte- me encontré con algo inesperado. Mi amigo Arnaud estaba impartiendo un taller de masa madre para las mujeres de la comunidad. Movido por la curiosidad, me acerqué y le pregunté: “¿Puedo unirme?”. Él, con su habitual amabilidad, me respondió: “Por supuesto“. Y así, sin más, me quedé. –¡Si yo nomás iba pasando por ahí!-.

Ese momento marcó el inicio de un camino que me llevó a practicar una forma ancestral de elaborar pan: la fermentación lenta. No solo como una forma de recuperar tradiciones, sino también como una manera de contribuir a la salud y al bienestar de quienes me rodean.

El pan de masa madre, para mí, trasciende lo alimenticio: es resistencia en forma de trigo y agua, tradición que se activa con cada alveolo, resultado de una buena fermentación. Por ello, hoy comparto no solo técnicas —desde los pasos lógicos hasta la filosofía oculta en cada levado—, sino también esta certeza: sostenibilidad es respetar el tiempo que las cosas requieren para ser.

Invito a quien sienta curiosidad a explorar esta magia. No para replicar recetas, ni para descubrir el hilo negro de la masa madre, sino para descubrir cómo las prácticas ancestrales pueden alegrar nuestra cotidianidad. Al fin y al cabo, todo empieza con un gesto simple: mezclar, esperar, observar.

Y si algo he aprendido, es que las transformaciones más profundas a menudo surgen de lo inesperado. Porque este camino, al final, empezó así —si yo nomás iba pasando por ahí—, integrando un flujo que ya existía, sin forzar caminos, pero con la apertura de quien reconoce magia donde otros ven sólo harina.

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